LA SEXUALIDAD COMO SACERDOCIO

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HORTENSIA CARRER

 

Hortensia Carrer
Psicoterapeuta y analista jungiana. Hortelana del alma.

   www.hortensiacarrer.com

 

Como mujeres transmisoras de verdades y de conocimientos es bueno siempre recordar la historia de las cosas, este artículo habla de la historia del origen de la palabra “virginidad” y algunas cosas de mucho interés para nosotras las mujeres…                                                           

Las sacerdotisas consagradas a las diosas del amor como por ejemplo Afrodita en Grecia, Inanna en Sumeria, Ishtar en Babilonia, Anahita en Persia y otras más, ejercían el oficio de la sexualidad sagrada como formas de invocar el camino espiritual. Hoy día la sexualidad sagrada es uno de los arquetipos más reprimidos por la cultura patriarcal. El mismo tiene que ver con la esencial relación entre la sexualidad y la espiritualidad. Una alianza que ha quedado francamente disociada en el inconsciente colectivo sobre todo en los países en los que las religiones monoteístas han dominado.

Ellas se consagraban a la Diosa como intermediarias entre lo humano y lo divino propiciando a través del acto del amor erótico, como ritual sagrado, la conexión de los hombres con su anima (el arquetipo de la vida según Jung). Este arquetipo viene a ser el aspecto femenino y, como si fuera poco, el camino hacia la conciencia espiritual dentro de cada hombre.  Estas devotas se rodeaban de belleza, de sensualidad, de velos, de piedras que a la vez las protegían y adornaban, de aromas y almizcles para avivar el primitivo sentido del olfato. Tocaban instrumentos y danzaban a sus visitantes haciendo alarde de la sensualidad y gracia de sus cuerpos.

Como iniciadas y guardianas de los sagrados misterios de la sexualidad, ejercían el desapego con sus visitantes como manera de mantener su alma intacta y de esta manera estar entregadas únicamente al servicio de la Diosa. Esta condición las hacía “completas en sí mismas”, pues aun cuando iniciaban a distintos hombres en los misterios del amor,  sus almas y corazones permanecían vírgenes, “intactos”, de allí que se les considerara vírgenes.

Solo cuando el fuego del amor ardía en sus corazones perdían su virginidad y cedían su espacio devocional de servicio a la diosa y se entregaban a un solo hombre, según la tradición su alma perdía su condición virginal ya que entraba en las complejidades de la relación humana de la pareja.

En nuestro mundo contemporáneo los templos de las diosas del amor han sido sustituidos por los de la pornografía y la prostitución, además de haber escindido amor carnal y erótico con espiritualidad, con ello se ha suprimido la conciencia de lo sagrado de nuestro cuerpo y de nuestra sexualidad.    La gravedad de esto radica en el hecho de que tanto para el hombre como para la mujer el camino hacia su profundo interior, el llamado Selfpor Jung es a través de su conexión con su femenino interior.

En el hombre el vínculo con su anima es el puente hacia el Self, su dimensión espiritual de la personalidad-, en la mujer éste camino viene dado en la relación que tenga con su propia feminidad y por consiguiente con susexualidad.  Así, la mujer consciente que lo femenino es lo divino en ella hace del acto de amor sexual un ritual de conexión con lo espiritual, es consciente también de tratar su cuerpo como el templo donde está contenido todo este misterio, por ello se ofrece a sí misma el tiempo para el descanso y el juego, para la ternura y el amor, para los mimos y delicias que el cuerpo requiere incluyendo una alimentación consciente. Así mismo el baño, la cosmética, el perfume y la vestimenta van más allá del propósito del ego de llamar la atención, sino por un respeto a su naturaleza, reconociendo que su fecundidad no solo está al servicio de la procreación sino del arquetipo de la vida misma que es belleza, armonía, sentido y sano placer.

Sin embargo, aún muchas de nuestras mujeres contemporáneas oscilan entre una sexualidad reprimida (la casta) o el canto a la “liberación” expresada en seca promiscuidad, como si la mejor manera de afrontar los misterios del sexo fuese ceder literalmente al aspecto compulsivo del mismo.

Es vital rescatar de la memoria en cada una de nosotras el arquetipo de las sacerdotisas del amor sexual, con ello le recordamos a nuestros cuerpos que el acto de amar eróticamente a otro también amándote a ti misma es uno de los rituales sagrados que desde tiempos inmemoriales ha formado parte de los misterios femeninos.

Es urgente sanar en cada una las heridas de la sexualidad patriarcal. Rescatar de la memoria el alma escondida detrás del erotismo femenino es una delicada e importante labor, pues es allí donde habita y se expresa con mayor fuerza la sagrada diferencia entre ambos sexos. Es esta diferencia la que hay que comenzar a honrar así como en otros momentos nos tocó luchar con vehemencia por nuestra justa igualdad en los derechos legales, sociales y económicos.

Cuanto más sintamos consciente o inconscientemente que el hombre representa un peligro y que la defensa está en igualarse, menos preparadas estamos para darnos cuenta que el enemigo está en nuestro interior.

Que sirva de inspiración el poema de D.H.Lawrence:

 “Cuán diferente es de mí, de qué manera tan extraña es diferente a mí!…..Qué sensible que es!, y qué manera tan suave de sentirse viva, ¡con una vida tan diferente a la mía!

¡Qué bella es! ¡Qué valor tan extraño y suave a la vez posee!…

¡Qué terrible sería defraudarla y qué terrible, también, sería violarla!”

 

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